domingo, 3 de marzo de 2019

SE ACABÓ LA FIESTA

Quizás exagero. Es todo. 
Pero antes una breve autocrítica. 


Antes de iniciar este comentario, indagué un poco en los posts que he dejado en este espacio para tener antecedentes sobre lo que he escrito acerca de la ceremonia de los Óscares. Admito que, ahora, me parecen tan...cómo decirlo.  Tan...banales, inmaduros, faltos de profundidad. Como que escribí desde el estómago y las emociones más que de la sensatez y sentimiento. Y de ser así, ofrezco disculpas. Tuve la tentación de hacer una purga y borrar aquello que me pareciera vergonzoso. Me detuvo encontrar otros comentarios que no me parecen tan descabellados. De algo servirán. En uno que otro caso, decidí dejar este blog tal cual, un poco como memoria y un mucho por respeto a quienes han sido amables de compartir comentarios. Una de mis grandes y gratas sorpresas continúa siendo descubrir la gran admiración que personajes del cine mexicano como Ángel Garasa han generado en varios países.

Pero regresemos a lo que nos compete en esta ocasión. 

En resumidas cuentas se trata de esto: no vi la ceremonia de este glorioso año del 2019. 

La ceremonia era mi gran fiesta. Tenía décadas que no me la perdía. En los tiempos del VHS la grababa al mismo tiempo que la veía para tenerla como memoria. Pero en esta ocasión no quise pasarme dos  o tres horas sentado frente al televisor. En otra época no hubiera resistido la tentación por los elementos que se conjugaron esta vez. ¡Cuarón! ¡Roma! ¡Yalitza! ¡Queen!, bueno, medio Queen. Y para mí ver a Brian y Roger tocando en directo hubiera sido motivo suficiente por encima de todo lo demás.  

¿Qué me pasó? Creo que lo mismo que le ocurrió a otras personas.  Sucumbí al bombadeo romanesco.  Alguien me compartió un comentario de un cineasta tamaulipeco y aparece ahí una palabra que, me parece, podria sintetizar el sentimiento que me amargó este año: hartazgo. 

Pensé muy seriamente inventarme un maratón de películas de Woody Allen ese domingo 24 de febrero del 2019.  Finalmente, me dediqué a cosillas. Que arreglar esto. Que acomodar aquello. Que leer un poco. Que si barrer, trapear. En fin.  Como quiera no pude evitar el aislamiento total pero, bueno, tampoco se trataba de pasármela de ermitaño.  No me considero antimexicano, no soy de los racistas que odian a Yalitza y hasta siento que me salvé de momentos que, así como estaba de margaras, pudieron parecerme más blof que verdad (Javier Bardem y Diego Luna hablando en español.  Como que oportunista, ¿no?). Uta, hasta del mal momento que me hubiera provocado, primero,  emocionarme al  ver aparecer a Brian May  y Roger Taylor para que, a los segundos, emergiera Adam Lambert y le diera un bajón a lo que pudo haber sido un momento inolvidable. 

Así las cosas, descubrí que puedo vivir sin la ceremonia del Óscar. 

Quizás exagero y todo se reduce a un tipo como yo a quien se le han ido diluyendo sus pasiones. A lo mejor las retomo para el año entrante. Lo malo de todo esto que me ha estado ocurriendo de unos años a la fecha. Así como están las cosas, no sé qué tanto me emocione cuando vengan las próximas películas de los Tres Amigos. ¿Les platiqué de mis descalabros con las más recientes, con El Renacido, La Forma del Agua y Roma? 

Releo lo que llevo y otra vez ahí voy, escribiendo más con el estómago que con el corazón o la razón.  O a lo mejor sí lo estoy haciendo con el corazón, pero hay ocasiones en que la razón debería mandar más seguido. 



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