Para empezar, pues…ni parece que Francis Ford Coppola la hizo.
Confieso que no he visto Twixt, On the
Road, ni Tetro. No estoy actualizado en la forma y fondo de sus anteriores
películas. Recordemos: Ford Coppola no se caracteriza por repetirse. Pero Megalópolis
no se parece nada a cualquier cinta que haya hecho antes. Coppola concibió esta
fábula (porque así es como la llama) acerca del poder y la decadencia de una
ciudad y un imperio. ¿Alucinante? Pues…sí. ¿Disparatada? No tanto. ¿O sí?
Ford Coppola se la rifó…y perdió. Al menos,
en premios y taquilla. Puso de su bolsillo los 120 millones de dólares que
necesitaba, vendió parte de sus bodegas de vino para eso. Tuvo mil y una
complicaciones para una realización que le tomó décadas concretar. Coppola
tragó grueso, apechugó y aceptó los resultados. Pero hizo la película que
quería. Justo eso.
¿Y qué onda con Megalópolis? Se los digo
de una buena vez: no sé explicarme todavía. Debí escribir este artículo al
salir de la sala cinematográfica. Pero dejé enfriar el momento y ahora traigo
la brújula perdida. Y eso que, a las semanas, tuve ganas de volverla a ver…pero
ya la habían quitado de la cartelera.
Medio leí las críticas y comentarios que
circularon a nivel global acerca de Megalópolis, antes de verla. Solo lo mínimo
necesario, sin conocer detalles del argumento o algo que pudiera arruinarme
disfrutar la película. Ya que la vi, me pregunto: ¿fue la crítica demasiado
dura contra Coppola? Quizás en otra época se lo hubieran perdonado, pero ahora
no hubo piedad. Pero, entonces, ¿por qué a Coppola no se le toleró lo que, quizás,
a otros personajes sí?
¿Y si la película se hubiera exhibido
pero, en vez de Ford Coppola, le hubiéramos puesto otro nombre? ¿Habría sido
diferente?
Porque podríamos decir que hemos visto otras películas
más disparatadas y nadie dice algo.
¿Y si, en vez de Ford Coppola, hubiera
sido, no sé, Lars von Trier, Gaspar Noé, Michael Haneke? Y otros personajes que
se me escapan de la memoria. Recuerdo en este instante un película en cuya
parte final aparecen tres mujeres que están siendo crucificadas, en medio de
borbotones de sangre, la pantalla en tono rojo y con efectos estroboscópicos. Y
nadie la hizo de tos. Y esa escena debe ser nada comparada con otras que, si
revisamos filmografías selectas, correspondería a películas premiadas,
elogiadas y defendidas a capa y espada por eso que en el medio cultural es oro
puro: ser provocadoras.
¿Megalópolis es provocadora?
No es una película fácil. De eso no queda
duda.
Como ya se dieron cuenta, este artículo se
parece a la película: parece que no tiene una línea directa y clara de qué
quiere y hacia dónde va. Lo que puedo decir les va a sonar extraño, pero es
real: disfruté la película. Con todo y sus altibajos. Y, en serio, tenía ganas
de verla así, como debe ser, en pantalla grande. Puedo buscarla en algún
servicio streaming pero no es lo mismo aunque, si no queda otra, pues le
entramos, qué se le va a hacer.
Y les confieso otra cosa: soy fan de El
Padrino. Luego, entonces, soy fan de Francis Ford Coppola. Y también de Sofía, de
una buena vez. Y aunque no he visto la totalidad de sus respectivas
filmografías ni tampoco quede satisfecho con algunas, estoy al pendiente de lo
que hagan y, cuando haya chance, al cine iré en busca de ese placer que, poco a
poco, está desapareciendo: el cine de autor. Ir al cine a ver “una película de”.
Por eso ansiaba que, Aquí Donde Vivo,
proyectaran Megalópolis. A sabiendas, también, que duraría poco en cartelera.
Ah, si hubiera tenido tiempo ese día, habría entrado de nuevo a verla. Fui a
ver Megalópolis como un compromiso de fan. ¡Vendió parte de sus bodegas, caramba!
Al menos sentí que tenía el deber de apoyarlo en la taquilla.
Y mi siguiente paso es comprar uno de sus
vinos. Si tan solo los vendieran aquí, en esta ciudad. En Megalópolis sí la
encontraría.
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