Por Joaquín Peña Arana
Ego maldito
En el vano intento de ordenar el terremoto de mi acervo bibliográfico, inmerso en revistas que ni recordaba, libros en espera de resurreción, periódicos que capturan pedazos del tiempo, sin querer resurgió un tema que cabilaba a raíz de una semana ríspida en lo anímico, por aquello de que la línea entre el ninguneo y la sobrevaloración es muy endeble.
¿Se acuerdan del caso González Iñárritu-Guillermo Arriaga? Escuchar el diálogo de ambos en la versión DVD de Amores Perros no tiene despercidio. Es tan sabrosa la forma en que nos transmiten su amor por hacer cine y la sólida relación que entre los dos existía. Nunca antes – hasta donde alcanza la memoria - se había registrado un pleito personal de ese tipo, menos entre quienes comprometieron tanta pasión para crear un proyecto cinematográfico. Queda preguntarse en qué momento la frase “me estorbas” les volvió ponzoña.
¿En verdad tiene razón Guillermo Arriaga cuando proclama, si no la supremacía de quienes crean la historia, sí su equiparación al de un director de cine? Échenle un ojo al número cien de Letras Libres. Carlos Cuarón escribe sobre el guionista, reconoce el desdén al que habitualmente es condenado, pide que en la campaña publicitaria aparezca su nombre junto al del director y actores y sin embargo no pierde la cabeza cuando reconoce : la gente no va al cine a ver páginas de texto en una pantalla. El cine es colaboración. Sí, hay posturas, puntos de vista, caprichos y terquedades pero, como dice Carlos, lo importante son las películas.
Pero en el cine, como en las relaciones humanas, no hay terrenos infalibles. Qué bueno que ni González Iñárritu ni Arriaga ordenaron se eliminara el audio alterno de Amores Perros. Es como conversar la única foto que decidieron no romper en pedazos.