lunes, 21 de junio de 2010

AY MONSI






     Por Joaquín Peña Arana


     Monsi sabía de cine nacional más que cualquiera. Eso dicen quienes lo conocieron, leyeron sus crónicas, libros sobre el tema, charlaron con él, lo entrevistaron, lo escucharon en la tele o en la radio.  Tuvo un programa sobre el tema, El Cine y La Crítica, en Radio UNAM. 

     Monsi formó parte de una generación irrepetible, esa, la que irrumpió en los sesentas. Fueron más allá de ser llanos intelectuales apantallabobos de café y se lanzaron al activismo, la militancia, el desarrollo de proyectos.  Y Monsi, le entró, con textos, crónicas, guiones, pero para mí lo más curioso fue que accediera a actuar, en papelitos furris, pero relevantes.

    Como En Este Pueblo No Hay Ladrones eran tantos, Monsi aparece un ratillo, nada más. Pero en Los Caifanes es otro boleto.

     Hasta donde dejé este texto no encontré referencia alguna de cómo le hizo Juan Ibañez para convencerlo de interpretar al Santa Claus borrachín.  Es un personaje de lo más patético, cruel, triste. Y luego la cámara no tuvo piedad, el propio Monsi sabía cómo lo iban a sacar, así, con esos acercamientos que hacen todavía más grotesca la imagen. 

     Yo nada más quiero recordarlo en estas dos películas por lo que son, por lo que representan y porque él está en ellas. Será que ya me serené, asumí mi luto, pero todavía me da tristeza saberlo ausente. Ya lo dijo Elena: qué vamos a hacer sin ti, Monsi.


domingo, 13 de junio de 2010

EL GUIÓN: MÉDULA DE UN ACTO DE FE



      Por Joaquín Peña Arana       


     En el principio, la película fue una idea. Así de simple. Alguien leyó una novela, un poema, iba por la calle y se le vino algo a la mente, se peleó con la pareja, conoció a un escritor de ciencia ficción súper picudo, le agarró coraje a un magnate del periodismo, leyó una notita furris en el rinconcito de un periódico acerca de cómo un pueblo linchó a unos trabajadores universitarios, iba en un viaje de esos que transforman la vida y ¡zas! se le ocurrió algo que luego se convirtió en road movie. Así pueden surgir los grandes temas del cine.  

    En Los Abrazos Rotos Harry Caine, guionista ciego, da un paseo acompañado por Diego. El muchacho le comenta una idea que tuvo  para un guión de cine. Harry se interesa y no lo piensa más: regresan a la casa para escribirlo. La escena siguiente nos muestra cómo desarrollan la idea: Diego opina, propone y Harry, pese a la monumental diferencia de edades,  aprueba y alienta. 

      El cineasta o es una suerte de predicador de tele dotado de un taleto para convencer a la gente o está rodeado de personas que en verdad lo quieren al punto de jugársela con él o es un terco que acaba por convencer para que ya no esté molestando o de plano tiene mucha suerte.  Escritas en las cuartillas se ven tan simples películas como Amores Perros, El Padrino, Canoa, Annie Hall, ya no digamos las locuras de Jodorowsky y especies parecidas. Pero en la pantalla esas palabras traducidas en imágenes no han dejado de impactarnos.

     Cómo se habría visto Kubrick contándole a alguien “oye, tengo guión para un peliculón de poca. Empieza con unas escenas en África donde hay una aldea de homo sapiens a los que se les aparece un monolito que hace un ruido extraño. Al día siguiente descubren la primer arma del mundo, un fémur. Días después pelean contra una tribu rival, se quedan con una reserva de agua en disputa y de repente ¡pum! el líder tira el hueso al aire y aparece en la pantalla un viaje espacial a la luna. ¿A poco no está de pocamadre?”.




domingo, 6 de junio de 2010

EL CASO McMARTIN




     Por Joaquín Peña Arana

    Tengo la leve impresión que, en esto de hacerle al comentarista de cine,  escribir sobre películas hechas para televisión es pecado. Digo, no me parece estar viendo a Leonardo García Tsao o algún intelecual iluminado de Nexos o La Jornada comentando sobre algo que vieron en HBO (con sus contadísimas excepciones). Pero el caso es que el género existe y Estados Unidos es un prolífico generador de estos especímenes. Y como viene de allá también de rebote recibimos su estilo de vida.

     Por alguna razón que no entiendo a los estadounidenses les encantan los juicios. Sí, esa onda de estar en una corte, con testigos, jurados, abogados y toda la cosa. Aquí es donde entra El Caso McMartin (Indicment: the McMartin Trial), transmitida originalmente en 1995. La familia McMartin tenía una guardería en California y a principios de los ochentas se les acusó de abuso sexual infantil. Los casos que se acumularon llegaron a cientos, se generó una delirante atención mediática y una psicosis que derivó en histérica desconfianza hacia las guarderías del país.  La recreación de los hechos ofrecida en El Caso McMartin llamó mi atención pues su director Mick Jackson, sin necesidad de alardes, supo apuntalar momentos claves: el maltrato en prisión, el acecho de los medios, la soledad de los implicados. Parece simple pero requiere de oficio.

El elenco no es una pandilla de desconocidos. El desfile lo encabeza James Woods haciéndola de abogado defensor, hagan de cuenta Shark pero sin delirios de grandeza.  Aparecen gente sin tanta fama pero con amplia trayectoria como Mercedes Rhuel, las actrices veteranas Sada Thompson y  Shirley Knight,  Henry Thomas (casi 15 años atrás había hecho el niño de E.T.) hasta Nicollete Sheridan se ve algo peculiar tan identificada como la tenemos por ser una de las Esposas Desesperadas.

    Si bien tienen sus propios premios, las películas  para televisión no creo sean un producto menor sólo porque  no cuentan con la parafernalia de un estreno de cartelera. Lo que bien se hace aguanta en cualquier pantalla.