Por Joaquín Peña Arana
Pobre Rosario. Pobre.
Tan rebelde contra el machismo y lo dejó
entrar a su casa. Tan feliz que estaba soltera y superestrella de la literatura mexicana, resplandeciente y sola. Pero tenía que hacerle caso a ese infeliz de
Ricardo Guerra, a cuyo encanto sucumbió por segunda vez. Ese hombre. Esos
hombres. Porque en la vida de Rosario Castellanos los hombres son perdición,
dolor, crueldad.
El marido. Ese envidioso que no la deja
trabajar. Ese estúpido que la interrumpe porque no aguanta la soltura con la
que ella escribe; ese borracho que la importuna y la pone en ridículo; ese infiel
que la engaña a plena vista por los pasillos de la UNAM. Pobre Rosario. Tan
luchadora y feminista por fuera pero incapaz de combatir y vencer al machista
que tiene en la alcoba. Porque parece que Ricardo Guerra no sirve para otra
cosa más que para ser machista (y robarse libros). Pobre mediocre a lado de la
gran escritora, salvada y condenada a morir por otro hombre, Luis Echeverría,
quien la hizo embajadora en Israel. Y Rosario vivió sus mejores años lejos de
México y su machismo. Pero eso no es mencionado en la película. No. En ella
sólo es Rosario-Ricardo-Feminismo-Machismo. Narrativa no convencional. Y me
acordé de Miroslava, la de Alejandro Pelayo. Y me acordé de Henry & June. Una
y otra vez Henry & June. No pude evitar evocar esa película que tanta fascinación ejerció en mí. ¿Por qué Los Adioses no logró ese efecto? ¿Será que
me brotó el machista que guardo los 364 días 10 horas del año?
Pobre Rosario. Tan sola. Mujer al borde de
un ataque de nervios. De esas mujeres que aman demasiado. Quiere ser libre pero su dolor es Guerra, su atadura es Guerra,
su infierno es Guerra. ¿No hubo mujer a la vista quién le apoyara? Quizás la que
le ayudaba en la casa no fuera suficiente para hacerla de confidente (la que,
por cierto, se llama María y es morenita, chaparrita y gordita).
Los Adioses es una película feminista. Y eso
la pone a salvo de cualquier crítica. Y
sin embargo…Rosario, pobre Rosario.
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