lunes, 22 de febrero de 2010

PERDÓN, AMORES PERROS





     Por Joaquín Peña Arana


     Sí señor, cómo no


     Porque me porté mal. Lo admito.  Fue Minerva quien me recordó, años después que fuimos a verla, que yo había salido del cine emitiendo un juicio severo, implacable.  Me tomó años digerir la película. Luego, aceptarla. Finalmente, quererla.

¿Qué habré dicho en ese entonces? “¿Unir varias historias en una?, ¡eso ya se ha hecho, desde Rashomon para acá!”. “¿Control Machete?, ¿Lucha de Gigantes?, qué oportunistas aprovechando la moda”, “Gael parece más un pibe argentino que un chavo de barrio mexicano”.   Y sin embargo, algo había en esas historias urbanas, en esas imágenes de extraña plasticidad, esa película de abundante cámara al hombro, sensación platinada, verduzca, azuloide. Pero, ah, tenía que sentirme el típico crítico de cine idiota.

Luego vino la fama.  Yo seguía cauteloso pero confieso que celebré esa irrupción mediática mundial :  Cannes, candidatura al Oscar, Amores Perros para acá, Amores Perros para allá.  Años después, ¡sorpresa!, te pasaron en la tele. La agarré ya empezada, más o menos donde El Chivo llevó al Cofi a su casa. Y ya no me despegué de la pantalla. Cómo madura uno en unos cuantos años. Dejé para siempre la maldita impostura de crítico de cine y me acepté como el cinéfilo que soy.  Tiempo después la compré en DVD. Con las voces de González Iñárritu y Arriaga explicando la película fue como descubrir una película nueva, conocerla por dentro, verle el alma. Casi como amanecerme con la mujer con la que siempre quise amanecerme (pero, ay, Carmen Aristegui estás taaaan lejos).

Así las cosas y para terminar, va de nuevo : perdón Amores Perros. Que el pasado quede atrás. 



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