Por Joaquín Peña Arana
…y no va a ser la última ocasíón
No acostumbro salirme del cine pese a lo que me pongan, pero también tengo mis límites. Con Frida, fue tanto el tingue y tingue y tingue de Salma esto, Salma aquello, Salma hasta en la sopa, que cuando por fin entré al cine – llenísimo que estaba – y empezó la película, bueno, me la tomé tranquiqui hasta que vi a Diego Luna en su (entonces) eterno papel de escuincle calenturiento, luego, no pasó mucho cuando escuché que maldecían en español, supongo para refrendar la identidad mexicana. Tras que Diego Rivera le dijo a su modelo “te comería con tortillas” tuve una crisis existencial : “¿qué hago aquí?”. Simplemente me levanté y me salí. Lamenté haber dejado mis palomitas, eran de las grandes.
Con Las Lloronas me pasó algo semejante. Duré hasta la escena en que la cámara hace traveling alrededor de dos tipos y una mona mientras se la pasan chupando y contándose anécdotas. Simplemente me fui. ¿Prejuicios contra películas mexicanas, barruntos de misoginia? ¡Claro que no! Avatar habrá sido la película de moda y la favorita del Oscar pero tras 15 minutos de cinta me pareció que Cameron iba demasiado rápido, con una predecible obviedad de estereotipos : chico malo pero en el fondo bueno que conocerá a la chava del grupo enemigo, se enamorará, se la jugará por ella y su gente, etc. etc. No hago menos el enorme esfuerzo que hay detrás de hacer una película, sea súperproducción o presupuesto de avercómolafilmamos. La onda aquí es que, de vez en vez, por mucho que esto me guste, las hay que no me caen. Quién sabe, a veces pienso que las películas son como la gente : no nos conocimos en el momento adecuado. Quizás, cuando nos volvamos a encontrar, será distinto. A lo mejor hasta te llego a querer.