Por Joaquín Peña Arana
El asunto de la simulación en nuestro país ha sido cosa de tradición y costumbre que se ha ido heredando por generaciones. ¿Se acuerdan cuando el PRI era omnipotente y todos hacían como que había democracia y esas cosas? Y si por ejemplos nos vamos el asunto es de epidemia: escuela, religión, sindicatos, el hogar, la pareja. La sociedad.
Si bien El Año de la Peste está más incorporada a esa época setentera donde predominaba la fuerte influencia de las películas de desastre hollywoodenses y se vivía en nuestro país el afán de hacer una especie de cine de corte político-intelectual, hoy podemos darle otras lecturas y/o significados. La trama de una inesperada pandemia que intenta ser disimulada por el gobierno se contextualiza en una población que lo sabe: algo ocurre. Pero, en apariencia, nada ocurre a la vez.
Los signos irrefutables brotan en las máscaras, las señales amarillas, los hombres de uniforme y rostro oculto, los muertos, la violencia. Se suma también un elemento más que unifica en un criterio único a sociedad y gobierno: la indiferencia. Recuerdo en este momento la escena de la mujer que va por la calle y pasa indiferente a lado de un hombre quien está siendo agredido.
Película que puede resultar cansada porque buena parte se va en el bla bla bla de los personajes pero con un guión de García Márquez y diálogos de Gabo, José Agustín y Juan Arturo Brennan, no podía ser de otra forma. Felipe Cazals entregó una obra de gran formato plagada de luminarias.
Sobre El Año de la Peste, el sitio Más de Cien Años de Cine Mexicano señala en la sipnosis: “por su parte, la sociedad finge que no pasa nada, mientras la ciudad se llena de cadáveres”.
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