RETORNO A AZTLÁN

    Por Joaquín Peña Arana

     A 20 años de distancia la cinta no ha perdido su vigencia. 

     Recuerdo haberla visto en el cine en una sala con no más de diez personas, si mal no recuerdo. Vivíamos en ese entonces otra etapa del Nuevo Cine Mexicano y se produjeron varias cintas, algunas notables, otras para el olvido. Era cine que se caracterizaba por disimular hasta donde era posible la precariedad con que fue realizado.

    Retorno a Aztlán es el tipo de película con efectos soporíferos para más de uno. Es indiscutible que no es para cualquier público. Aquí no busquen escenas espectaculares ni sacrificios humanos al estilo Apocalypto. No los necesita. Retorno a Aztlán fue innovadora en su momento y provocó no pocos debates por su vestuario y caracterización. 

 Filmada con meticulosidad, preciosismo, ritmo lento pero constante, hablada totalmente en náhuatl, con tan sólo un puñado de actores – lo que podría explicarse a partir de los bajos presupuestos de producción  – que a su vez le ofrece un toque de teatro griego: los personajes sostienen la historia a partir de constantes diálogos, poco movimiento, poses.  Admira que se otorgaran los permisos gubernamentales para rodar en sitios arqueológicos lo cual, indiscutiblemente, se amalgama espléndidamente en una cinta más metafórica que histórica.

Recuerdo que, como espectador, cuestioné severamente la breve aparición de Antonio Zepeda. No tiene pierde ubicarlo, es el músico cuyo aspecto es más ibérico que indígena. A la distancia continúa viéndose fuera de lugar pero, bueno, se encargó de musicalizar la cinta, fue una pequeña concesión.