Por Joaquín Peña Arana
¿Cine político, y eso con qué se come?
Eran otros tiempos. Supongo. Ahora, en este 2012 y el siglo XXI, el cine en general no parece tan interesado en escudriñar los recovecos del poder, pero cuando Costa-Gavras rodó Z era la recta final de los sesentas. Difícil explicar en tan poco espacio qué tipo de vida era la de entonces: tiempo de revoluciones, contracultura, choques generacionales, ruptura y cuestionamiento, mucho cuestionamiento.
Ojalá las películas pudieran sobrevivir por sí mismas, sin necesidad de ser explicadas, pero no siempre es posible. Es el caso de Z. Se necesita el contexto, saber que Costa-Gavras realizó la película con base en el hecho real del asesinato del político griego Grigoris Lambrakis, en 1963. ¿Mencioné que Costa-Gavras es griego y su nombre real es Konstantinos Gavras? Ya se entiende el interés que tenía. Ahora Z puede parecer medio ridícula pero ándele, revisemos lo que está a debate: la democracia en peligro, la manipulación política, la pérdida de la libertad de prensa, y sólo por mencionar lo que se me viene a la mente. Reflejarnos en ella parece ahora distante. Mucho.
La chaviza de ahora – al menos en el momento de escribir estas líneas - creería impensable la existencia de países totalitarios donde el gobierno dicte lo que el ciudadano común deba hacer, vestir, pensar, vivir. Todavía los hay y en nuestro caso, si nos descuidamos, podríamos sumarnos a la lista. Y quién puede decirse salvo. El vecino país del norte lo vive en cierta manera, con otras formas: tuvieron un presidente que los llevó a una guerra, les mintió sobre un asunto de armas químicas, invadieron un país que en realidad nada les había hecho y es fecha que cuando lo ven en la calle la gente le aplaude y…pero me desvié tantito, deja regreso al tema.
En síntesis, si Z en su momento fue valorada por ser cine de denuncia y cuestionamiento, su revisión vale como la advertencia de lo riesgoso que puede ser la falta de memoria. Sí, hay mucho por mejorar no sólo en el país sino en el mundo, pero en un descuido podemos perder hasta la libertad de escribir o mencionar una letra.
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