domingo, 25 de marzo de 2012

J. EDGAR






Por Joaquín Peña Arana

Lo primero que pensé al ver a Leonardo DiCaprio fue “ah caray: ¿resucitó Charles Foster Kane?”.

El maquillaje resulta ser la flaqueza del filme, ese Clyde Tolson anciano se ve de caricatura. Fuera de eso, ver J. Edgar es aventarse al plato un suculento manjar.

El principal obstáculo para quien vea la película será no entender de qué carajos se trata.  J. Edgar es una película estadounidense,  pensada para quienes saben la historia de ese país, al menos, la correspondiente al siglo XX en adelante. Si decir FBI es algo familiar en buena parte del mundo, decir John Edgar Hoover no lo es. Suena más a una lavadora que al hombre que inventó el Buró Federal de Investigación.

Audaz, muy audaz el tiro que se aventó Clint Eastwood porque la historia no se limita a narrar cómo un chavo obsesionado por el orden, la investigación y el respeto a la ley se convirtió en uno de los más temidos e influyentes de los Estados Unidos. En J. Edgar se exploran sus flaquezas, la homosexualidad que se le atribuía, el profundo y enfermizo amor a su madre. Es, también, una historia de fidelidad a toda prueba. Por enamoramiento, soledad o como queramos llamarle, pero fue verdad lo de que su asistente Clyde Tolson y su secretaria Helen Gandy se hicieron viejitos con él y no conocieron otro hogar y familia  que el FBI.  

El estilo narrativo de Eastwood fue algo diferente al de otras películas suyas; de repente, me parecía estar viendo una película de Scorsese. Y ni modo, no me queda otra que reconocer el gran trabajo de Leonardo DiCaprio y la terrible injusticia que se cometió en los Oscares al negarle su candidatura. Y digo “ni modo” porque estoy consciente que si él hubiera entrado a las nominaciones ¡adiós Demián Bichir!

¿Qué más se puede decir de J. Edgar? Ah, se me pasaba: elogiar la grandeza de  Clint Eastwood como director.  Tiene 81 años, ¿que ya está ruco?,  pues la edad no importa. Parece hacerlo cada vez mejor. 

A ver si le aprendes algo, Ramón Arana.




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