lunes, 13 de octubre de 2014

CHICOS Y GUILLERMO, ¡A COMER! (GUILLAUME Y LOS CHICOS ¡A LA MESA!/LES GARÇONS ET GUILLAUME, À TABLE !)





Por Joaquín Peña Arana

Alguna vez nos hemos tropezado con alguien que divulga detalles íntimos de su familia porque (cree que) dedicarse al arte le otorga esa licencia. Por lo común, suele ser un tétrico retrato de disfuncionalidad.

Los motivos varían: puede ser un acto para exorcizar las entrañas, una venganza contra esa maldita familia que le jodió la existencia o simple y llano exhibicionismo canalla.  


¿Cuál de esas pudo ser la intención de Guillaume Galliene? Pienso que ni una de esas. 

Chicos y Guillermo, ¡a comer! es un profundo examen de la búsqueda de una identidad. Una lucha que brota desde la imperiosa necesidad de la definición.  En un principio parece comedia muy a la europea, con gags que construyen el hilo conductor. En el cine escuché en varias ocasiones tremendas risas en algunas escenas, pero en ese momento ya me había instalado en el otro lado de la historia. “Esto no es una comedia, es algo más”.

La sinceridad de Guillaume Galliene desarma. En el cine, a veces, se perdonan fallas de filmación, malas actuaciones, enredos en el guión y cámaras mal dirigidas a cambio de ponderar el producto en su esencia final. No es el caso de esta opera prima. Galliene acierta en todo y eso se reflejó con los cinco César que recibió este 2014.

Gran triunfador Guillaume Galliene. Pero no por arrasar con los premios que otorga el cine francés, sino al sobreponerse a una infancia y juventud exterminadoras, incendiaria en  prejuicios, rechazos, etiquetas. Dolor. Mucho dolor interno, el que a veces resulta peor que el físico porque ¿cómo lo arrancas del alma? Quizás para eso se necesita, primero, hacer una obra de teatro, interpretar a más de 50 personajes en escena y luego concebir una ambiciosa idea: ¿y si esta historia de teatro la llevo al cine y no sólo me interpreto sino también a mi madre?

Se puede salir llorando luego de ver Chicos y Guillermo, ¡a comer! porque no es una comedia como tal. Tampoco un drama. Es una confesión, una terapia a bocajarro con la cual, espero y confío, Guillaume haya logrado curar todos sus demonios. 



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