Por Joaquín Peña Arana
Hasta antes del baile de Salma es una película que intenta imitar el
universo Tarantino. De ahí en adelante es un pastiche de esos que caracterizan
a Robert Rodríguez.
Cuando arranca, Del Crepúsculo al Amanecer atrae con su planteamiento inicial:
dos hermanos delincuentes que van dejando una racha de sangre y muerte y que,
mientras huyen a México, secuestran a una familia encabezada por un pastor en
crisis existencial. Nos lo van contando
bien sin prisas ni a la fuerza. Quizás uno que otro momento, ¿es necesario explicar
por qué el pastor perdió su fe?, aunque tampoco hay que saber todo: qué van a
hacer, por qué uno de sus hijos tiene rasgos orientales, qué significan los
tatuajes de George Clooney. En fin.
Llegamos al maldito bar de carretera y ahí se empieza a gestar la
metamorfosis de una película de Tarantino a una de Rodríguez, cuya esencia es
la imitación burlesca de lo que el cineasta tex-mex considera “mexicano”. ¿Cómo va la canción que canta el grupo del
bar? (el de rock vestido de mariachi. Me acordé de Botellita de Jerez). Mmm.
Algo así como “ahí va la cucaracha… fumando marihuana”. Todavía se medio salva
el asunto hasta el orgásmico baile de Salma (yo quería estar en el lugar de
Tarantino en ese momento), fue loable demostrar que para obtener el efecto no
tuvo que salir encuerada. Y, de pronto, los vampiros. Y a la película se fue a
la fregada.
Si se trata de pasar el rato con una de monstruos y espectros, Del
Crepúsculo al Amanecer está bien. A Rodríguez le ha ido de maravilla con eso:
saga, series, mercadotecnia, juegos de video. Hay a quienes la consideran un
clásico. También hay quienes creen que la película esa de Jesucristo: Cazador de Vampiros es cine de primer nivel.
“Te la estás tomando muy en serio, Joaquín”. Bueno, está bien, me voy a
relajar. A ver entonces las de Rodríguez: cine para no tomarse en serio.
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