Por Joaquín Peña Arana
¿Y ahora qué hago?
Porque a González
Iñárritu o G. Iñárritu, como se hace llamar desde Birdman, uno lo ha seguido desde
el principio. Que yo recuerde, hasta la fecha, todas las he visto en el cine,
lo que no me ha pasado con Cuarón y Del Toro. Pero ahora, con El Renacido, no he salido de
la sala con el gustoso sabor de sentirme satisfecho o estremecido o conmovido.
Na nai na nai.
Quisiera vaciar todo lo
que quiero decir pero me volvería el rey del spoiler. De hecho, a mí me quitó
algo de magia conocer algunos datos (“lo
ataca una osa”, “lo dan por muerto”, “lo abandonan”). Y no se trata de
desmerecer el talento de González Iñárritu. Es un extraordinario director. Creó
un producto cinematográfico de altísimo nivel, se la juega en locaciones con
grados de congelación y decide, contra todos los pronósticos, contar la historia.
Y Lubezki, grandioso Lubezki. Los que dicen que es el mejor del mundo no se
equivocan. El detalle es este: ¿es El Renacido sólo un prodigio de técnicas,
una secuencia de imágenes sofisticadas y preciosas?
Tanto que se ha dicho de El Renacido. Tanto que se le ha premiado.
Y que vaya resultando una tortuosa joya de actuaciones enormes (Leonardo
DiCaprio está fuera de toda discusión pero ¿me le van a negar méritos a Tom
Hardy?), desafiantes condiciones de rodaje, estética impecable…y nada más. Una
cinta que no se me metió bajo la piel.
Se lo voy a decir aquí,
de una vez. AHÍ LES VA EL SPOILER. Es que no me la creo. Así, de simple. No me
la creo que Hugh Glass sea atacado por una osa que lo mordió, arañó, le puso la
pata en la cabeza, le cayó encima y con
todo eso, a punto de agonía, se arrastre con el pie torcido y al cabo de dos tres días se
levante, sobreviva a caídas, , utilice la técnica de Rambo para cicatrizarse
las heridas, se empape hasta los huesos y la hipotermia le haga los mandados ¡y
todo el tiempo tiene con qué hacer fuego!
Los franceses, los malos de película y los indios de repente atacantes,
de repente perseguidores, de repente salvadores y al final sinónimo de
redención.
Esa es mi bronca.
Esta vez no se la creo.
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