Tan felices que éramos
antes.
Pero no, se les tuvo
que ocurrir lo de una innecesaria segunda parte. Empecé a tener mis dudas desde
la boda gay. Demasiado tiempo, inconexa y ni Liza Minelli bailando una de
Beyoncé la salva. ¿Y qué onda con Mr. Big? ¿Entonces la máxima aspiración en la
vida, los mejores fines de semana en un ciudad como Nueva York son para pasársela
viendo la tele? Veía las escenas y
pensaba “vacío, demasiado vacío”. Mr. Big tuvo ese tipo de puntadas en la serie
(¿se acuerdan cuando Carrie le preparó una velada romántica y él llegó muy
masculino a encender la tele y aplastarse en la silla?) pero aquí Mr. Big
parecía otro. Irreconocible. Superficial.
¿Tenía sentido eso de inventar que se van al
Medio Oriente y un jeque podrido en billetes les costeara todos sus caprichos?
Porque tal parece que de eso trata el filme. Como si fuera un catálogo de
¡Hola! o alguna otra revista que reseña millonetas, nos la pasamos viendo lujo,
moda, lujo, moda, lujo, moda. ¿Y por qué carajos tenían que meter a Aidan? ¿Por
qué echar a perder el recuerdo de uno de los personajes más entrañables de la
serie? No es de ley. No es de ley.
Y qué piensan de
reducir al tamaño de un grano de arena el noble gesto del humilde anciano que
entrega lo que no es suyo. Pero no. El asunto es borrado inmediatamente porque
es más importante mostrar a lo que en realidad las mujeres del Medio Oriente aspiran
debajo de sus burkas: ¿liberación, equidad, respeto, superación? No. Lo máximo es traer marcas. Marcas. Marcas.
Lo de Samantha liándose
entre árabes y enseñándoles el dedo cordial era innecesario. Ya sabemos que es
la ruda del grupo. Ya sabemos que están en el Medio Oriente, donde se
escandalizan por una mujer de escote y falda corta. Hizo mil y un cosas en la
serie y otras tantas en la primera película pero eso quedaba muy bien en el
contexto de ser Samantha y estar en Nueva York.
En el instante que
escribo estas líneas enciendo la tele para tenerla de fondo. Y ahí está. Sex
and the City: La Película. Sí, hecha sólo para fans, pero la disfrutamos. Y la
volvemos a disfrutar. Pero esto no. Es para pedir tres Cosmopolitan y convencerse
que eso jamás ocurrió.
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