Por Joaquín Peña Arana
He ido incontables
veces al cine solo.
Me ha tocado ser el único en la sala y la he pasado bien viviendo intensamente la película, pero algunas de las mejores experiencias que he tenido en el cine han sido con una sala llena. No me gusta estar rodeado de gente por las incomodidades de costumbre - gente charlando, otros que platican la película, golpes en la butaca de un pie trasero, celulares que suenan y un largo etcétera - pero cuando el interés por la película es colectivo se transforma en comunión.
Me ha tocado ser el único en la sala y la he pasado bien viviendo intensamente la película, pero algunas de las mejores experiencias que he tenido en el cine han sido con una sala llena. No me gusta estar rodeado de gente por las incomodidades de costumbre - gente charlando, otros que platican la película, golpes en la butaca de un pie trasero, celulares que suenan y un largo etcétera - pero cuando el interés por la película es colectivo se transforma en comunión.
A bote pronto, recuerdo
los llenos cuando vi JFK; Sexo, Pudor y Lágrimas, Titanic, La Pasión de Cristo
o Star Wars: El Despertar de la Fuerza. Gente conectada con la misma historia,
gozando, sufriendo, celebrando o entristeciéndose con lo que la pantalla nos
compartía. Sé que algunas de las películas que enumeré no son de la preferencia
de quienes son (o dicen ser) pensantes, conocedores o intelectuales. Puedo
imaginarme sus gestos de respulsión. Pero, qué quieren: SOY CINÉFILO. Me gusta
el cine y esa cualidad me permite ver lo que me plazca. Puedo gozar El Árbol de
la Vida o Steve Jobs, El Circo de Charles Chaplin, M de Fritz Lang o Mad Max:
Furia en el Camino.
Quisiera poder ver un
día 2001 o Ben Hur en una pantalla panorámica. No me importaría ser el único en
la sala pero tampoco me haría mal estar acompañado por butacas llenas de
personas que compartan mi placer.
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