Por Joaquín Peña Arana
Lo confieso: no reconocí a Dennis Hopper cuando vi Rebelde sin Causa. No lo hubiera reconocido nunca. Ese jovenazo con aspecto de Jerry Lee Lewis estaba muy lejos del fotógrafo loco que vería después en Apocalipsis Ahora. De hecho, a Dennis lo ubiqué siempre como el tipo de actor recurrente al estilo de John Lithgow, apareciendo aquí y allá de manera constante.
Lo mismo lo vi en películas juveniles del tipo Mi Proyecto Científico, en Máxima Velocidad con Sandra y el amor platónico de amiga Nidia o haciéndola de malo en Mundo Acuático. Si me quedara con eso pensaría que Dennis Hopper fue sólo un actor de carácter que, de repente, llegó a tener muy buenos papeles y se convirtió en parte de la élite de sobresalientes donde habitan tipos como Willem Dafoe o Harvey Keitel.
Hasta donde sabemos ya la tenía hecha en 1969 con Easy Rider, le fue extraordinariamente bien, un golpe medio orsonwelliano en el sentido que debutó como director, se autodirigió y creó una obra de perdurable influencia. Mas sin embargo - como dicen donde vivo - no se recuperó hasta muchos años después. Vino entonces el segundo aire con Apocalipsis Ahora, más tarde Colors y bueno, de ahí en adelante se sostuvo formando parte de esa generación de actores maduros que contribuyen a respaldar alguna producción de temporada o a reforzar algún proyecto con base en el prestigio que le precedía.
Qué mal verbo que tenga que marcharse para que uno se aviente un clavado en su legado.