Por Joaquín Peña Arana
“Ah, cómo odio esas películas que las anuncian con ramitas”, y eso lo dijo un tipo que, presuntamente, dice saber de cine. Para mí, evidenció su profundo desprecio a todo lo que oliera a festival. Pero veamos: será el sereno pero para quienes están en el cine el tener unos cuantos premios les ayuda enormidades. Y si vienen de un festival picudo como Cannes, digo ¿cuántos les pueden decir que no?
Sería interesante echarse una vuelta al Festival de Cannes un año de estos, claro, con acreditación y toda la cosa para no ser simple espectador a distancia. Sé de gente que está harta de ir a Cannes porque las películas ya no son tan buenas y el ambiente, uf, les cansa. De vez en cuando me toca leerle a Leonardo García Tsao su desencanto por verse obligado a pasar tantos días en una ciudad porteña francesa de ensueño codeándose con luminarias cinematográficas de talla internacional. Qué sufrimiento. Habría que pedirle un cambalache un día de estos.
Antes, me extrañaba la dureza de los críticos que acuden a cubrir el festival. Me sigue extrañando pero siento que, ahora, los comprendo mejor: así tiene que ser. El juicio en Cannes es severo, y de vez en cuando pueden equivocarse, faltaba más.
Esto, a su vez, me lleva a otra cuestión (ahora el duro soy yo): ¿todo lo que sea premiado por Cannes es bueno? Me he preguntado eso luego de ver Bailando en la Oscuridad o me gustaría hacer el experimento de exhibir Viridiana a gente que le guste el cine pero que no sepan quién fue Luis Buñuel, nomás para ver cómo reaccionan.
El Festival es una especie de circo de tres pistas. Junto con el súper glamour, las pasarelas y reventones a más no poder, Cannes es el espléndido y cotizado escenario para el negocio. De vez en cuando le acontece uno que otro escándalo, de Simone Silva a Lars Von Trier, hay para todos los gustos.
La ineludible virtud del Festival de Cannes es ser la ecuménica convocatoria del cine mundial. No sé cuáles son los criterios de selección que tienen - me gustaría saberlos - pero es evidente que, una vez seleccionados, los nombres que concursan quedan bendecidos para el resto de la vida.
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