Por Joaquín Peña Arana
Después del desastre que resultó el Oscar del 201, resultó un gran alivio los milagrosos cambios que hicieron para que volviera esa gran noche de gala; dramática y humana, de ensueño, amor y agradecimiento.
¡Billy Cristal, qué bueno que volviste!
¿A quién se la debieron? ¿A quién no reconocieron? Ese es el debate de cada año. Así va a ser. No importa.
¿Soñamos junto con Bichir? Claro, ¿cuál es el problema? En dos tres ocasiones me preguntaron qué nos beneficiaba que ganara el Oscar. Yo contesté: ¿qué perdemos con que gane? Demián lleva suficiente tiempo en esto y su carrera se sostiene por sí misma, pero ahora ya está en otro nivel, se le abren nuevas puertas. Le vendrán cosas mejores. Y Lubeski… chin. Te la deben. Pero no hay sexto malo.
El resto, pues, fue grandes momentos. Sabíamos que Woody Allen no estaría ahí y qué bueno que se llevó (o le mandan) otro Oscar para su casa. Mery Streep llorosa, como sintiendo que su edad no le permitirá volver a las nominaciones y fue ésta su última noche de Oscar. Quién sabe, ahí están los ejemplos de Christopher Lummber y Max von Sydow. Octavia Spencer abrió la noche de las lágrimas y qué tal esa ovación de pie para una mujer que pensó que sólo eso le ocurría a las consagradas. Ah, y el Cirque Du Solei. No creo que se les vaya a olvidar a quienes lo vieron en directo.
La competencia estuvo dura. Entre Spielberg, Scorsese, Malick y Allen cómo íbamos a pensar que un tal Michel Hazanavicius fuera a ganarles. La noche fue demostrando la supremacía de The Artist.
Y cada vez más el Oscar deja de ser una gringada para abrirse a la globalidad. Recuerdo que antes se me hacía jalado de los pelos hubiera nominaciones de películas o gente no originaria de Estados Unidos, pero qué tal ahora. Sí, el Oscar sigue siendo estadounidense y continúa representando la supremacía del cine de ese país pero los tiempos están cambiando y el mundo también.
Fue la noche del cine. La noche para quienes disfrutamos de esto.
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