Por
Joaquín Peña Arana
Don
Joaquín, ¿nos perdona nuestro olvido?
Es
que así somos. No valoramos lo que tenemos, con quién contamos, quién ha estado
con nosotros, en mayor o menor medida.
En
su caso, no le conocemos otra cosa que no haya sido una gran entrega a su
oficio. ¿A usted, cuándo le vamos a dar
el lugar que se merece en vez de recordarlo por el rumor ese que lo enterraron
vivo?
Es
que usted podía con todos los papeles. ¿Qué había qué hacer, vestirse de
mujer?; papas, ahí está. ¿Ser un caballero de élite?, listo, con sombrero de
copa y toda la cosa. Qué no fue, don Joaquín: vendedor árabe, marido mandilón,
entrenador de box, porfirista, comerciante español, campesino, militar. Y tenía usted una innata capacidad de
adaptación al personaje. Hacía lo que fuera era necesario, se quitaba el bigote
o se cortaba el cabello. Lo recuerdo trepado en el tranvía en el inicio de La
Familia Pérez, absorbido por una noche bohemia como don Susanito Peñafiel y
Somellera o acudiendo furtivo al estadio de futbol para ver a uno de sus hijos,
don Venancio.
Usted
también componía. Le pregunté a un chamaco ¿has escuchado la de Negra
Consentida? ¿No? Mmm. O la de Varita de Nardo…tampoco. Me dijo que eran canciones para rucos. Igual
un día las escucha, con eso de que todo es caduco hasta que un artista de los
de ahora la retoma y ¡sopas, ah qué buena rola! Aparte que lo retro sigue de
moda. Pero, ah, don Joaquín, usted
también hacía guiones y dirigía, ¿y por qué esas cualidades, esa capacidad de
multiplicarse en el proceso creativo, no se le han sido reconocido como
debiera?
Es
el tipo de cosas que me pregunto cuando veo alguna película suya, de las que
actuó o dirigió. No me complico mucho la
vida, yo disfruto el cine. Así de simple.
Y de vez en cuando me detengo, en días como hoy, para decir “gracias”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario