Por
Joaquín Peña Arana
Pese
a la crudeza de sus secuencias iniciales, desde un principio quedé con la
impresión de estar viendo algo muy hollywoodense.
Hagan
de cuenta tipo Walt Disney o película de Richard Attenborough: cámara lenta
donde se necesita, fondo musical dramático
y dos o tres momentos de esos que son tiernos o con climax (ahí tienen cuando
le apuntan durante la campaña electoral o escucha la ceremonia del Nobel por la radio. Cuando escuché que tocaba
el Canon a media película pensé “me late que eso lo van a meter en algún lado”.
Dicho y hecho). Los militares aparecen ridiculizados, caricaturizados, ¿a
propósito, fue descuido de producción o de plano así es como el occidente ve todo
lo que le es ajeno?
¿Algún otro pecado que tenga la película? Pues qué tal su exotismo. Se desvive en
recordarnos que estamos en un país asiático, de escenarios naturales y extrañas
costumbres. Nos lo machaca una y otra vez, como tabla de multiplicar.
Michelle Yeoh tiene un extraordinario desempeño, el papel le queda como a la medida
aunque no se puede dejar de ver en ella a la de El Tigre y El Dragón o a la
chica Bond de El Mañana Nunca Muere. El guión de Rebeca Frayn tiene el acierto
de dibujar a Aung San Suu Kyi como una persona ordinaria en situaciones
extraordinarias. No lo quería pero se convirtió en la cabeza de un movimiento democrático;
a la vez, puede sentir miedo y llorar
ante el dolor por la forzada separación de quienes ama.
Bien
pudieron haberse concentrado en la figura de Aung San Suu Kyi pero deciden
transformar la película en la historia de amor y fortaleza entre ella y su
esposo Michael Aris, interpretado por un David Thewlis que se ve extraño,
asustado, aunque con más porte que uno que otro académico de la vida real que,
en circunstancias semejantes, ya se hubiera tirado al suelo a llorar.
Luc
Besson está irreconocible con esta película, pero pienso que fue deliberado con
tal de acercar a las masas la historia de Aung San Suu Kyi y exponer la terrible situación política que
se vive en Birmania o Myanmar, como le quieran llamar. Para mí, esa es la intención fundamental y se
vale.
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