domingo, 28 de octubre de 2012

LA MUERTE DE UN BURÓCRATA






Por Joaquín Peña Arana


A estas alturas de la vida y de nuestro tiempo, hay cine que huele a naftalina, tinta gastada, papel revolución. Es necesario, para su mejor comprensión, contar con una guía muy bien elaborada.

Pero...(siempre hay un “pero”).

En el caso de la película que hoy nos ocupa, ahí va para quienes me hacen el favor de leerme y pertenecen a eso que llamamos clase media, obrera, jodida y demás etiquetas: ¿después de ver  La Muerte de un Burócrata,  no les parece como que es la vida misma? Todo proporción guardada, desde luego.

¿Qué la hace tan extraordinaria? Para empezar, la película sobrevive por sí misma. Sí, es de Tomás Gutiérrez-Alea, considerado el cineasta más importante que ha generado la isla cubana, pero cuando vi la película por vez primera – ¡en la tele!, tendría unos 15 o 17 años  -  lo que me atrapó fue tanto la historia como la disparata forma de contarla, no su fama, que fuera de cine club o verme obligado a consumirla por ser parte de la industria cultural.

Con los años, cuando tuve una mejor comprensión de qué onda con Cuba, el comunismo, la URSS y Fidel Castro, me cuestioné cómo caramba una película así pudo haberse, ya no sólo filmado en Cuba, sino exhibirse y dejar que forme parte de lacinematografía de la hermana isla caribeña. Es una incógnita a la que todavía no le encuentro explicación. No he localizado al sesudo o sesuda que me diga si Gutiérrez–Alea era el favorito de Fidel o protegido de algún súper picudo del Partido Comunista Cubano.  Bueno, a esta altura, es lo de menos.

La Muerte de un Burócrata se instala tranquilamente en el nicho de cine crítico, ácido, socarrón, satírico. Aquí, en el país, su argumento pasa tranquilamente como el pan nuestro de cada día. Me pregunto qué pensarán en Estados Unidos. A lo mejor creen que es cine de ciencia-ficción o fantasía. Es que así de perfecto nos quieren pintar el sistema que preserva el buen funcionamiento del imperialismo yanqui.

Y nada, a que la ven un día de estos y no falte quien, al verse en ese espejo, no pueda evitar su oh- my- God.




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