Por
Joaquín Peña Arana
Cuando
la película estuvo de moda, escuché varios comentarios sobre la que en
Latinoamérica conocemos como Secreto en la Montaña: “película de vaqueros gay”,
“uf, sentí que quería llorar, ja ja ja”, “ay manis, ten cuidado, no te vayas a
sentir identificada”. Cosas así.
A
mí me parece una gran película en todos los sentidos.
Está
carambas encontrar películas sobre homosexualidad y lesbianismo sin caer en la ridiculización
o lo grotesco. En el mundillo de la cultura, tengo la impresión que lo que se
aplaude lo que se presente, de preferencia, si se trata de una película
marginal, protagonizada por actores desconocidos o si el director o directora
es de esos que gozan de fama y/o cariño en los círculos intelectuales. Secreto en la Montaña es todo un caso por los
nombres alrededor: Ang Lee venía de hacer su no muy querida versión de Hulk,
Heath Ledger, Jake Gyllenhaal, Ana Faris, Michelle Williams y Ann Hathaway habían
hecho otras cosas que nada tenían que ver con argumentos de amoríos entre
personas del mismo sexo. Y con todo eso,
les fue bien. Hasta donde sé, la
comunidad lésbico-gay no se quejó y los grupos conservadores/ultraconservadores/homofóbicos
no tuvieron la suficiente fuerza para perjudicarles (cada que toco estos temas
no puedo dejar de acordarme de un tipo que repudia a los homosexuales y tiene
no sé cuántos doctorados).
Una
película con menos fama pero que plantea de manera sobria y conmovedora la relación
entre dos mujeres es Hannah Free. La protagoniza Sharon Gless, más recordada
por ser Cagney en la serie de TV Cagney & Lacey. Hannah se entera que el amor de toda su vida,
Rachel, está en coma. El resto es intercalar el presente de visitas y discusiones
en el hospital con flahsbacks sobre cómo construyeron su amor en medio de una
guerra mundial, prejuicios y broncas de pareja. Recuerdo una escena en que ambas, ya
envejecidas, limpian el jardín de las hojas de otoño, como un matrimonio
cualquiera. Me pareció bella.
Ambas
películas abordan el tema con buenos guiones y gran realización. La tolerancia
no es fácil, yo me he sentido ofendido por homosexuales y lesbianas de lengua y
comportamiento incontrolables, pero eso no me ha impedido tener amistades que
son gais. Si les vieran: son como tantas
otras parejas. Me siento más a salvo con
ellas que con unos/unas que no dudarían en quemarme en leña verde.
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