domingo, 17 de febrero de 2013

MI CAMPEÓN






Por Joaquín Peña Arana


Uno quiere entregar el comentario lo mejor documentado posible para no regarla (más de lo habitual).  Es aquí donde, de nuevo, hay que enfrentarse a la triste realidad del enorme vacío existente sobre información cinematográfica en lo que al cine nacional se refiere.

Básicamente, más que toda la película, mi interés está centrado en las secuencias finales de la película Mi Campeón, que algunos citan fue hecha en 1951 y otros en 1952, dirigida por Chano  Urueta. Va rápida la sinopsis: una familia sencilla quiere salir de pobre. El hijo (Fernando Fernández) quiere intentarlo a través del boxeo. La mamá (Nini Marshall) se opone a tal barbaridad pero el papá (Joaquín Pardavé) lo apoya. La hija (Rosita Arenas) descubre que, en realidad, es hija de un millonario. Y de ahí en adelante, pues, la historia.

Resulta que el personaje de Fernando Fernández logra por fin la gran pelea y bueno, se enfrenta a un morenazo de indiscutible contundencia boxística. ¿Han visto la escena de pelea de Pepe El Toro, esa  donde Pepese trompea a Wolf Rubinskis? He escuchado y leído en diferentes ocasiones que se le considera de las mejores en la historia internacional del cine.  Aquí es donde entro en broncas: cuando quise verificar eso que he capturado de manera aislada aquí y allá, no logré encontrar fuentes que me lo corroboraran. Dicen que tiene un premio soviético. No lo sé de cierto.

El asunto es este. Cuando vi Mi Campeón hace  ya un chorro de años, lo que anidó en mi memoria fue la escena de la pelea y el posterior monólogo de Fernando Fernández, cuando despierta en el vestidor. Hace unas semanas, de chiripa, me topé con la película ya en su recta final y volví a tener la sensación de ver una secuencia de boxeo espléndida, muy bien elaborada y encarnada por Fernández, ¡y ese golpe recto, esa caída cual Pacquiao!!  Después, otra vez Fernández ofrece una soberbia interpretación con su  despertar en el vestidor y el alucine entre si gano o no y qué pasó y por qué lo hizo y hundirse en esa  histeria postbatalla mientras que a Pardavé, genial como era, le bastó gesticular, desesperarse y llevarse una mano al rostro para comunicar desesperación.

Esto es así.  En medio de un melodrama se pueden encontrar joyas.  Y sin embargo, qué caray, no hay más elementos que lo poco, poquito que pudo localizarse en la red  para poder compartírselos. Ah, y la memoria, lo único que nos va a quedar el día que toda esta jauría cibernética con la que hemos aprendido a vivir se vaya, definitivamente, al carajo.





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