Por
Joaquín Peña Arana
Uno
quiere entregar el comentario lo mejor documentado posible para no regarla (más
de lo habitual). Es aquí donde, de
nuevo, hay que enfrentarse a la triste realidad del enorme vacío existente
sobre información cinematográfica en lo que al cine nacional se refiere.
Básicamente,
más que toda la película, mi interés está centrado en las secuencias finales de
la película Mi Campeón, que algunos citan fue hecha en 1951 y otros en 1952,
dirigida por Chano Urueta. Va rápida la sinopsis: una familia sencilla quiere
salir de pobre. El hijo (Fernando Fernández) quiere intentarlo a través del
boxeo. La mamá (Nini Marshall) se opone a tal barbaridad pero el papá (Joaquín
Pardavé) lo apoya. La hija (Rosita Arenas) descubre que, en realidad, es hija
de un millonario. Y de ahí en adelante, pues, la historia.
Resulta
que el personaje de Fernando Fernández logra por fin la gran pelea y bueno, se
enfrenta a un morenazo de indiscutible contundencia boxística. ¿Han visto la escena
de pelea de Pepe El Toro, esa donde Pepese trompea a Wolf Rubinskis? He escuchado y leído en diferentes ocasiones que
se le considera de las mejores en la historia internacional del cine. Aquí es donde entro en broncas: cuando quise
verificar eso que he capturado de manera aislada aquí y allá, no logré
encontrar fuentes que me lo corroboraran. Dicen que tiene un premio soviético.
No lo sé de cierto.
El
asunto es este. Cuando vi Mi Campeón hace
ya un chorro de años, lo que anidó en mi memoria fue la escena de la
pelea y el posterior monólogo de Fernando Fernández, cuando despierta en el
vestidor. Hace unas semanas, de chiripa, me topé con la película ya en su recta
final y volví a tener la sensación de ver una secuencia de boxeo espléndida,
muy bien elaborada y encarnada por Fernández, ¡y ese golpe recto, esa caída
cual Pacquiao!! Después, otra vez
Fernández ofrece una soberbia interpretación con su despertar en el vestidor y el alucine entre
si gano o no y qué pasó y por qué lo hizo y hundirse en esa histeria postbatalla mientras que a Pardavé,
genial como era, le bastó gesticular, desesperarse y llevarse una mano al
rostro para comunicar desesperación.
Esto
es así. En medio de un melodrama se
pueden encontrar joyas. Y sin embargo,
qué caray, no hay más elementos que lo poco, poquito que pudo localizarse en la
red para poder compartírselos. Ah, y la
memoria, lo único que nos va a quedar el día que toda esta jauría cibernética
con la que hemos aprendido a vivir se vaya, definitivamente, al carajo.
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