Por Joaquín Peña
Arana
A primera vista
parece la cobertura eficiente y espectacular al estilo de los conciertos para
televisión: muchos cortes, cámaras que vuelan, luces y movimiento. Pero, poco a poco, empiezo a ver en la
pantalla la mano de Scorsese.
Shine A Light
recoge los dos conciertos que los Rolling Stones ofrecieron en el teatro Beacon
de Nueva York en el 2006. Tomó dos años su postproducción y estreno final. Como en The Last Waltz, nuevamente Scorsese
no se limita a “cubrir” el concierto. Los músicos son el centro y únicos
protagonistas.
El teatro Beacon es
pequeño - 2,800 butacas - pero para
efectos de filmar este testimonio fue una excelente elección. Precisó sacrificios
para el público (se robó espacio en la primera fila para las cámaras y hubo que
aguantar la poderosa grúa sobre la multitud). A cambio, el resultado es
invaluable.
Jamás habíamos
visto con tanta intimidad a los Stones. Como si estuviéramos con ellos arriba
del escenario.
Los insertos de
material de archivo (un veloz atisbo al pasado) fue un acierto. Nos ayuda a
normar nuestra sensibilidad. Un Stone no se forja de la noche a la mañana.
Me conmovió Keith
Richards en la recta final. Verlo de hinojos apoyándose en su guitarra mientras
jala aire. Un recordatorio que son hombres con más de cuarenta años de rodar.
Cada concierto se agradece.
El final fue un
buen puntacho (uno espera la clásica toma abierta o el full shot con los cuatro
en cámara lenta hasta fade out o algo por el estilo). El cine de Scorsese es
así, disímbolo. Quizás por eso le resulta eso de incursionar en el
documental.
En el caso que nos
ocupa, no me quedó duda: gracias Scorsese.
Y a ustedes, mis Satánicas Majestades, gracias
nuevamente. Fue un placer volvernos a encontrar.
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