domingo, 17 de marzo de 2013

SHINE A LIGHT






Por Joaquín Peña Arana                     


A primera vista parece la cobertura eficiente y espectacular al estilo de los conciertos para televisión: muchos cortes, cámaras que vuelan, luces y movimiento.    Pero, poco a poco, empiezo a ver en la pantalla la mano de Scorsese.

Shine A Light recoge los dos conciertos que los Rolling Stones ofrecieron en el teatro Beacon de Nueva York en el 2006. Tomó dos años su postproducción y estreno final.  Como en The Last Waltz, nuevamente Scorsese no se limita a “cubrir” el concierto. Los músicos son el centro y únicos protagonistas.    

El teatro Beacon es pequeño - 2,800 butacas -  pero para efectos de filmar este testimonio fue una excelente elección. Precisó sacrificios para el público (se robó espacio en la primera fila para las cámaras y hubo que aguantar la poderosa grúa     sobre la multitud). A cambio, el resultado es invaluable.

Jamás habíamos visto con tanta intimidad a los Stones. Como si estuviéramos con ellos arriba del escenario.

Los insertos de material de archivo (un veloz atisbo al pasado) fue un acierto. Nos ayuda a normar nuestra sensibilidad. Un Stone no se forja de la noche a la mañana.

Me conmovió Keith Richards en la recta final. Verlo de hinojos apoyándose en su guitarra mientras jala aire. Un recordatorio que son hombres con más de cuarenta años de rodar. Cada concierto se agradece.

El final fue un buen puntacho (uno espera la clásica toma abierta o el full shot con los cuatro en cámara lenta hasta fade out o algo por el estilo). El cine de Scorsese es así, disímbolo. Quizás por eso le resulta eso de incursionar en el documental. 

En el caso que nos ocupa, no me quedó duda: gracias Scorsese.

Y a ustedes, mis Satánicas Majestades, gracias nuevamente. Fue un placer volvernos a encontrar.





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