domingo, 31 de marzo de 2013

MUNICH






Por Joaquín Peña Arana


Después de verla me pregunté ¿qué onda, que te pasó Spielberg?

De entrada, para ver Munich con la mejor claridad posible hay que aventarse, primero, algo de historia. Saber qué pasó durante las Olimpiadas de Munich en 1972, qué clima político imperaba en el mundo, qué onda con Septiembre Negro y por qué es tan profundo el conflicto entre Israel y Palestina.

Según leí, tal parece que el peor de los pecados de Spielberg fue humanizar a los personajes.   Porque si los que muestran dudas y sentimientos son los del Mosad, “¡linchen a Spielberg!”. Si los que muestran dudas y sentimientos son los terroristas palestinos “¡linchen a Spielberg!”. Por supuesto, hay quienes ven otra película: una arriesgada, jugándosela en un tema nunca abordado con anterioridad, llevándonos a reflexionar sobre los claroscuros de un conflicto que no tiene para cuándo finalizar.

¿Entonces, por qué salí sacado de onda del cine? Simple. Me pareció ver una película sin pies ni cabezas, con escenas que de plano, dentro del contexto de los acontecimientos que ocurren en una pantalla, no son creíbles.

¿O sea que cinco hombres pueden con todo? “¡Vayan a matar a los palestinos que mataron a nuestros atletas!”, les ordenan. Y ahí van. Primero, con operaciones muy sigilosas. ¡Pum pum!, matan a uno, salen corriendo con rapidez…y luego entra, muy tranquilo, paso a pasito, el miembro del equipo dedicado a borrar toda huella, recoge los casquillos y se va como si nada.  ¿Qué, no teme que vaya a verlo alguien o llegue la policía?

La otra escena, la de la bomba en la casa del diplomático.  Si ustedes están en la calle y ven de repente a unos tipos que corren de un lado para otro de la calle, entran y salen constantemente de un vehículo, ¿no les va a parecer sospechoso?  Porque lo hacían a todas luces, en escena de día.  Luego, conforme avanza la película, cambia el método: ya no es actuar con discreción sino encabezar toda una tropa de asalto, ¡pum pum! ¡balazos y bombas! 

Y Eric Dana. Caray, él no tiene la culpa que me parezca verlo en miscasting.  Sé que han elogiado su trabajo en otras partes pero su rostro parece asustado todo el tiempo.

Lo que se me quedó en el corazón es la escena de la mercenaria holandesa.  Sabe que va a morir y se despide del único ser que la acompañó sin juzgarla. Conmovedor. Del resto de la película, pues, ya veremos qué dice el tiempo.




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