Por
Joaquín Peña Arana
Lo
que me inquietó desde un principio no fue el supuesto de una aniquilación cuasi
total de la humanidad.
No
es que no me importe, pero el tema ha sido abordado en otras cintas. Aquí, es
la combinación de varios aspectos. Nueva
York/ser humano/perro/humanoides.
Nueva
York en ruinas. Un hombre que caza ciervos acompañado por su can y ambos, antes
que caiga la noche, deben refugiarse para no ser devorados por quienes eran tan
humanos como ese Will Smith que intenta tener serenidad en medio de la nada.
Ese,
para mí, es el punto que me atrae de Soy Leyenda: el reto a la soledad.
Fue
después de verla en pedazos, de esas veces que la pasan por la tele, cuando le
encontré paralelismos con Robinson Crusoe.
Robert Neville está solo en una isla (Manhattan), acompañado por un
Viernes canino y ha creado en su entorno los elementos que intentan darle algo
de “normalidad” a su vida en aislamiento. Sí, tiene un propósito: encontrar la
cura. Por eso se quedó y no se quitó la vida en algún momento de los tres años
que ha permanecido en Nueva York. Tiene ese impulso a su favor.
¿Cómo
dominar el sentido de pérdida, revaluar la misión de vida, no sucumbir a ser
esclavo de la rutina? Neville, ante todo, tiene el impulso de la sobrevivencia
y eso está por encima de cualquier otro factor en contra. Es su motor.
Sobrevivir y encontrar. Pero por cuánto tiempo podríamos resistir un estado
semejante.
¿Cómo
sobrevivir a la locura? Ese otro punto atrae mi atención. Neville
constantemente oscila entre sucumbir al desastre mental.
Pese
a sus críticos, pienso que Will Smith es un buen actor, lo suficientemente
versátil como para ir de la comedia a la acción y al drama. Para las características
de esta adaptación, resulta la elección precisa. Soy Leyenda es, originalmente,
un libro de 1954 escrito por Richard Matheson (quien, además, fue guionista de
la original Dimensión Desconocida y uno de sus cuentos se convirtió en Duel, de
Steven Spielberg). Ni le busquen demasiadas
similitudes, existen abismales diferencias entre obra literaria y película,
pero hay puntos en común y uno de ellos es el que me sigue intrigando cada que
tropiezo con Soy Leyenda: la soledad y cómo no enloquecer en consecuencia.
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