Por
Joaquín Peña Arana
Sorprendente
y delicioso.
Vi
el documental por vez primera, en la recta final de los noventa. En ese
entonces, el techo de la tecnología en video tenía un nombre: VHS. Era lo
máximo a lo que se podía aspirar. Y valió la pena, en verdad. El privilegio era
estar en casa y ver lo que antes era mito o privilegio de unos cuantos.
Para el 2012, el concierto reaparece en DVD pero dotado de no sé qué extraordinaria
fuerza. ¿Cómo dicen los que leen a Paulo Coelho? Ándale, eso: el universo
conspiró a favor de los Doors.
The Doors: Live
at the Hollywood Bowl no tiene desperdicio. No
para quienes nos gusta esto, mucho menos para los doordianos. Dicen que nada
más usaron tres cámaras, pues tres cámaras bien emplazadas pueden hacer
maravillas. Sí, al principio parece que el peso cae en la cámara frontal pero es
un acierto. Su monótona presencia sincroniza con la hipnosis que la música
genera y nos va llevando a la psicodelia, a los gritos fríamente calculados de
Jim. Como si fuera obra de teatro bien montada.
Eso
es en un principio. El concierto va cuajando y las cámaras hacen lo suyo. De
repente una contratoma, algunos aspectos del público, aspectos laterales. Todos
nos vamos metiendo al concierto. La idea esa de la cámara lenta, ¡un acierto!,
como si nos llegara un pedacito del ácido de que Jim Morrison se metió antes de
subir a cantar.
The Doors: Live at the Hollywood Bowl es una milagro técnico. Lo volvieron widescreen, pulieron las imágenes y el sonido, fíjense
lo bien que se escucha, híjole, ni chance de cometer el mínimo error, que no se
vaya un guitarrazo o una tecla de más porque a chiflar su maúser todo. Y que
podamos disfrutar de “Texas Radio and
the Big Beat” y de “Hello, I Love You” fue posible porque, prácticamente, las
resucitaron. Hay truco, no es lo que parece, pero la verdad qué importa, quedó
muy bien, fresco, como acabado de cocinar. Y ellos, los Doors, bien portados,
profesionales, ensayados. Como si hubieran dicho “oigan, vamos a tocar en el
Hollywood Bowl y vamos a filmarlo. Hay que vernos bien”. Morrison gritó lo que tenía que gritar,
realizó con exacto dramatismo su Soldado Desconocido y cuando fue necesario
enfrió su presencia escena para dejar lucir a Krieger, a Densmore y a Manzarek.
Todo en orden.
Lo
de Manzarek como director, pues es verdad. Recordemos que estaba estudiando cine en UCLA cuando él y Morrison se
conocieron. Fueron lecciones muy bien aprovechadas y con la tecnología del
2012, ahí está el resultado. Una belleza.
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