domingo, 9 de septiembre de 2012

GRINDHOUSE





Por Joaquín Peña Arana

A veces, las películas se juzgan como a las personas: no porque lo que son, sino por el nombre, apariencia y origen étnico que les antecede.

Si en nuestras manos cae el experimento Grindhouse y nos ocupamos en ver las dos películas es porque brilla con intensidad el apellido Tarantino. Y con Tarantino, su cuate Robert Rodriguez.

Me explico un poco: Grindhouse fue un término utilizado para denominar a los cines que exhibían películas de poca monta, de las que llaman serie B, Z , gore o exploitation.  Con eso en mente, Tarantino y Rodriguez (sin acento, por favor, él no lo utiliza) idearon exhibir dos películas con esa manufactura y a la antigüita: primera una, viene el intermedio y luego la que sigue, filmadas deliberadamente con rayones, cortes y hasta un rollos perdido. La mala onda es que la genial idea no fue entendida y la gente, supe por ahí, se les salía en el intermedio.  

Lo que me tiene ocupándome del caso es que, planificadas como una sola película titulada Grindhouse, en realidad se trata de dos filmes distintos y que pueden verse por separado. Hay un abismo entre Death Proof y Planet Terror. Death Proof no es lo mejor de Tarantino pero tampoco un bodrio;  es ejemplo de su temple al mando de la dirección. En cuanto a Planet Terror…pues…si les gusta esa incoherencia, adelante. Para homenajes a subgéneros cinematográficos, me quedo con Kill Bill y sus dos volúmenes.

Ya sé que Rodriguez no se va a echar a llorar porque no le adule. Sigue ganando muy bien por los churros que hace, con esa visión de lo mexicano que le caracteriza: caricaturesca, estereotipada, estúpida.   Pero en Estados Unidos, resulta.  Qué se le va hacer. Y mientas tenga la amistad de Tarantino, de Salma y de otros más, pues bueno que siga ganando lana. 

En cuanto a mí, estaré pendiente de la próxima de Tarantino. Nomás espero que no invite a su cuate. 



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