Por Joaquín Peña Arana
Era un día del 2003 cuando
me enteré por primera vez de la existencia de Alexander Sokurov (o Александр Сокуров, como se escribe en ruso).
Un amigo de una amiga me invitó a ver El Segundo Círculo, con subtítulos en inglés.
La trama gira en torno a un joven quien, tras la muerte de su padre,
retorna al pueblo donde nació, en una remota región de Siberia, para hacerse
cargo de los trámites funerarios y el sepelio. El resto de la película es una
travesía tortuosa para enfrentar, no sólo su estado anímico, sino el infame
laberinto de la burocracia gubernamental.
Filmada en 1990, todavía con el régimen soviético encima, suponía el
atisbo a la intimidad del protagonista con base en cámara sobria, tomas largas,
el uso de símbolos y filtros que coloreaban las escenas según temática y estado
de ánimo.
No he visto mucho de Andrei Tarkovsky pero nomás
de ver esto y aquello, creí reconocer en El Segundo Círculo la influencia del
famoso creador de Solaris. No me
equivoqué. Cuando empezó su carrera, Sokurov se volvió amigo de Tarkovsky. De hecho, le hizo el paro. Sokurov no era
aceptado por ser muy chavo y hacer cine que iba contra el sistema bolchevique
pero Tarkovsky entro al quite y prácticamente lo protegió.
A la larga, le fue bien a Sokurov. Con el
tiempo, hizo una prolífica carrera dentro y fuera de la Cortina de Hierro. Tras la desaparición de la URSS, su personal forma
de hacer cine pudo abrirse más al mercado mundial. Por ahí hay quien apunta que
El Segundo Círculo forma parte de una trilogía de Sokurov, junto con Piedra y
Días de Eclipse. Hasta donde he logrado averiguar, destacan como famosas y/o
representativas en su carrera El Arca Rusa (notable por haber sido filmada en una
sola toma) y Fausto. Hay que buscarlas.
Ay, si pudiéramos
ver todo el cine del mundo. Si eso fuera posible. Pasar días, semanas, meses, sin otra cosa qué
hacer –fuera de lo propio de la vida cotidiana o los placeres próximo o lejanos)
o que nos pagaran bien y bonito por aventarnos lo que cinematografía mundial
produce. Nunca acabaríamos. Nos faltarían cien vidas como ésta, otras cien para
descansar y unos días más para intentar recuperar la redondez de las nachas.
Ah, y sólo para cumplir con
mi cuota de presunción intelectualoide mamuca: El Segundo Círculo la vi en el
ciclo Another Russia: A Tribute to Lenfilm Studios, en el Lincoln Center de
Nueva York. Quiúbole.
No hay comentarios:
Publicar un comentario