domingo, 3 de junio de 2012

EL PADRINO III





Por Joaquín Peña Arana

Aunque es extremadamente inferior a sus antecesoras no deja de seducirme.

Ya sabemos que a Ford Coppola le encanta el nepotismo pero poner actuar a su hija fue el peor error. El resto de la historia, pues, a veces parece refrito de lo que ya habíamos visto. Con los años llegué a sentir cierto desprecio por El Padrino III al punto de evitar verla por considerarla mala, de plano. Mala mala mala.

Pero qué hacer cuando los Corleone ya forman parte de la vida.

Me acaba de ocurrir, caray.  Fue una de esas noches en que la tele, habiendo una amplia oferta de programación, me encasqueta El Padrino III, “ah caray, eso no pasa todos los días”, es la primera reacción. Después, algunas preguntas, como por qué el Michael Corleone viejo tenía los pelos de punta y lentes oscuros pero observo con detenimiento la actuación de Al Pacino -  mis ojos más atentos que en el pasado -  y uno se convence que nos ofreció una de sus más grandes actuaciones.  Y si es una de esas noches en que no existe otra cosa mejor que estar en casa viendo El Padrino III, uno queda irremediablemente preso por seguir y seguir y seguir.

Ya lo dije: El Padrino III no tiene la altura de las primeras dos obras maestras de Ford Coppola pero volver a recorrer la saga Corleone, después de tantos años, cómo evitarlo, cómo. Ver que una era la Connie golpeada por el marido y otra esta doña Constanza de corazón endurecido o que Diane Keaton, pase lo que pase,  puede ser una anciana tan hermosa. Me falta espacio, hay mucho de qué hablar: lo del Vaticano, Juan Pablo I, la aparición de personajes que nunca se fueron (el cantante, la madre del hijo de Sonny, don Tommasino), extrañar un poco a Tom Hagen o a Clemenza, escuchar en voz del hijo de Michael la melodía que lleva años en el corazón.

Será que ya estoy en otra etapa de mi vida. Ahora veo a Michael Corleone con otros ojos, comprendo mejor su sufrimiento. Siempre le pesó lo de Fredo, su familia, sus pérdidas. El peso de haberse convertido en lo que nunca quiso ser. Recuerden, recuerden quién no quería ser parte de los negocios de La Familia, quien fue a la boda nada más por cumplir. 

Qué dolor tan grande el de don Michael Corleone.  Él, que jamás quiso ser el padrino.  




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